¿De qué estafas piramidales se puede hablar y de cuáles no? ¿Quién gana y quién pierde en una sociedad de endeudadxs? En sólo dos años, la Anses otorgó más de siete millones de créditos y formalizó la deuda como una necesidad básica más. Del telar de la abundancia a la sociedad de clases.
Cuando el dinero escasea, cuando falta liquidez, quien está en condiciones de prestarlo tiene un plus de poder. Las altas tasas de interés funcionan como un mecanismo de redistribución negativa del ingreso: contar con billetes sale caro para lxs que más lo necesitan y rinde mucho para lxs que más acumulan. Las diferencias entre lxs que viven al día y lxs que pueden especular se acentúan, pero también se tocan en los bordes de un sistema financiero que asusta, segmenta y sólo promete grandes ganancias a hombres blancos, de camisa y corbata.
Los paisajes de las crisis suelen parecerse: la plata no alcanza, el desempleo aumenta, fábricas y comercios cierran sus puertas. La memoria viva de las debacles económicas mantiene a algunxs alejadxs de los bancos pero también los trabajos precarios, el desempleo y el miedo a la letra chica hace que muchxs deban buscar servicios por fuera de las entidades financieras reguladas.
Las situaciones de vulnerabilidad son el ámbito propicio para que proliferen las estafas: desde las tasas usurarias que cobran las cuevas y distintas casas de préstamos que ofrecen efectivo en el acto hasta las promesas de plata fácil que logran entusiasmar a quienes confían en multiplicar sus ahorros como por arte de magia. Por un lado, quienes se ven obligados a financiarse en cuevas u oficinas de crédito no bancarias sufren el abuso de tasas que llegan hasta el 400 por ciento y explotan en proporción a la necesidad de cada cual.
Cuanta más urgencia, más alto el interés a pagar. Hay préstamos por mes, semana y hasta préstamos por día. Por otro, las promesas de plata fácil son más verosímiles que nunca para quienes tienen algún ahorro cuando las tasas oficiales son exorbitantes y endeudarse afuera del banco sale tan caro. Quienes participan de “telares de la abundancia” sin preguntarse cómo sucederá la alquimia, son víctimas y victimarixs de la especulación.
Si a priori parecieran sujetxs diferentes lxs que pueden “regalar” mil dólares a un telar -para luego “recibir” la cifra multiplicada por ocho- y lxs que acuden a un prestamista usurero, lo cierto es que los límites se vuelven borrosos y las cadenas de crédito/deuda pueden tocarse por los extremos. Los montos pueden variar y no ser sólo para quienes “les sobren mil dólares”, y el motivo de ingreso puede pasar de ser la multiplicación de una parte del ahorro de una persona a ser la esperanza de cobro para cancelar viejas deudas.
El endeudamiento habilita cadenas que aprietan cuanto más abajo se esté. Ya estemos hablando del esquema piramidal de una estafa a lo Ponzi, de la sociedad de clases o de la geografía mundial. Lxs de abajo, “lxs últimos en entrar”, lxs que tienen más urgencias, son lxs que pierden. Lxs que no tienen tiempo para diferir el consumo ni alternativas para hacerse de efectivo.
Al actual ministro de Educación, Alejandro Finocchiario, que dice que “los pobres llegan tarde a todos lados” (sic) quizás habría que darle una parte de razón: sobre todo, llegaron tarde a la repartija que inicia una sociedad dividida entre dueñxs e inquilinos, entre rentistas y laburantes, entre trabajadorxs con y sin ingresos, con y sin derechos laborales.
Entre el período electoral de 2017 y febrero de 2019, la Anses entregó más de siete millones de créditos a sectores de ingresos medios o bajos (según información que brindó Marcos Peña en el Congreso). La información no está desagregada por identidad de género, pero la mitad tuvo como destinatarixs a beneficiarixs de la Asignación Universal por Hijx. El 90 por ciento de las personas que la cobran son mujeres. Hay, entonces, al menos 2,6 millones de mujeres a quienes se les presta por tener hijxs a cargo. En 2018 el promedio de los préstamos para este segmento fue de 7.434 pesos. Queda en evidencia que el cobro de esos intereses, irrisorio para las arcas del organismo, tiene más que ver con un criterio moral que busca instalar que la plata no se regala y que las deudas se pagan.
Hasta 2017 eran sólo para jubiladxs y a tasas reales negativas. Cuando el Gobierno decidió expandirlos a pensionadxs, beneficiarixs de AUH y trabajadorxs registradxs con hijxs y bajos ingresos, decidió también aplicar tasas positivas: hoy rondan el 50 por ciento. El derecho a un ingreso digno se reemplaza por una deuda de pago compulsivo (se descuenta hasta el 30 por ciento de los haberes que la Anses deposita, por eso no hay morosidad) a tasas “no usurarias”, como defendió la ministra Carolina Stanley. Es una tasa baja si se la compara con la de un banco, es cierto, pero es muy alta si se tiene en cuenta qué financian esos créditos. La información es escasa, pero la propia Anses admitió que, de una encuesta a 500 familias, el 22 por ciento lo utilizó para bienes de primera necesidad (alimentos, indumentaria y calzado), un 17 por ciento lo destinó a pagar otras deudas y un 7 por ciento lo gastó en medicamentos y servicios de salud.
¿Quién se preocupa por el esquema insostenible que implica que alguien se endeude para pagar viejas deudas, mientras sigue viviendo una vida precaria? ¿Cómo es posible que la respuesta del Estado sea convertirse en un eslabón más de esa cadena de crédito/endeudamiento que asegura el pago a usurerxs? ¿Quién denuncia que en lo alto de esta pirámide está el Estado que siempre cobra?
El camino para esquivar esas preguntas es moralizar el consumo:“se creyeron que podían” comer todos los días, no andar descalzxs o elegir con qué marca vestirse. La muletilla de la “inclusión financiera” con la que justifican esta política de endeudamiento masivo debería ser leída como una nueva gubernamentalidad que convierte al organismo que debiera ser garante de la seguridad social en acreedor de millones de endeudadxs. Seguridad de consumo para hoy, hambre y cinturón ajustado para mañana. Lo que fueron derechos, se convierten en obligaciones (de pago). Y las obligaciones necesitan disciplina.
Una sociedad endeudada es una sociedad disciplinada. Trabajadorxs más dóciles, dispuestxs a aceptar salarios más bajos y a trabajar más horas para cubrir lo mínimo. No es casual que mientras el ministro de Educación dice que “los pobres no respetan horarios”, se cree el Servicio Cívico Voluntario y Patricia Bullrich afirme que la Gendarmería es una institución más prestigiosa que la educación pública. Orden y pago a término. Cueste lo que cueste.
Como se propone en Una lectura feminista de la deuda (Cavallero y Gago, 2019) es urgente entender el endeudamiento como un mecanismo de desposesión y disciplinamiento. El Estado siempre se encargó de segmentar y definir qué tipo de deuda le corresponde a cada unx: deuda hipotecaria para algunxs, créditos Anses para otrxs, cuotas subsidiadas y tarjetas de crédito estalladas para otrxs. La novedad es que hoy pareciera no tener límite. La deuda pasa a ser una necesidad básica más. Pero sabemos que todavía tienen margen para imitar modelos de países como Chile o Estados Unidos, donde la población toma créditos impagables para acceder a la salud y a la educación privatizadas.
Si primero dividen, endeudan y gobiernan ¿cómo sería oponer a eso una lucha común del conjunto de lxs endeudadxs? Urge pensar estrategias de desacato y solidaridad por debajo de la pirámide.
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